Videojuegos para practicar español
En esta entrada voy a recomendar varios videojuegos para practicar español. En nuestros días, la industria de los videojuegos está en expansión y cada vez más personas de diferentes edades deciden pasar un buen rato jugando. Algo muy atractivo es poder jugar en línea con personas de diferentes lugares del mundo y tener la oportunidad de practicar idiomas distintos a nuestra lengua materna.
Como decíamos en nuestra entrada sobre juegos para practicar español en A1, hoy en día es cada vez más común encontrar elementos lúdicos en contextos “serios” (procesos de selección de personal, promociones comerciales, enseñanza superior…). Parece que el juego está socialmente aceptado, no solo como un pasatiempo más o menos divertido, sino como una herramienta sumamente útil a la hora de lograr determinados fines: también se pueden utilizar los videojuegos para practicar español.
Y, sin embargo, persiste entre parte de la población la idea de que los videojuegos son algo malo: un entretenimiento que no aporta nada a quien lo practica, en el mejor de los casos, y que puede ser causante de graves adicciones y comportamientos erráticos. Por ello, me gustaría aprovechar este espacio para intentar rebatir esa percepción tan negativa, compartir mi propia experiencia en el asunto y, cómo no, recomendar algunos videojuegos con los que practicar español.
Afirmar “los videojuegos son malos” parece tan poco acertado como decir “los libros son malos” o “las películas son malas”: se trata únicamente de un formato, un vehículo transmisor de contenido (o una forma de expresión artística, pero ese es otro debate). Un formato, además, extremadamente flexible: uno puede sentarse a analizar dos videojuegos y descubrir que lo único que tienen en común es el soporte electrónico, igual que si analizamos dos cuadros podemos llegar a la conclusión de que lo único que tienen en común es que están pintados sobre un lienzo.
Hay también un elemento en los videojuegos que los sitúa en un plano totalmente distinto a otras modernas formas populares de entretenimiento: son, en mayor o menor medida, interactivos. Esto significa que quien decida jugar una partida probablemente tenga que enfrentarse a conflictos, tomar decisiones, echar mano de la imaginación y demostrar cierta habilidad y/o reflejos. Nada de esto ocurre cuando vemos la televisión, por ejemplo, pero esta actividad disfruta de la aceptación de la mayor parte de la sociedad y la otra no tanto.
Suele ocurrir que los críticos más acérrimos toman ejemplos extremos para validar sus teorías: comparan a un adolescente de ojos enrojecidos entregado a la violencia gratuita de un shooter ramplón con otro leyendo a García Márquez a la sombra de un buen árbol, y obviamente no hay color: concluyen que los libros son buenos y los videojuegos malos. Bueno, yo he leído muchos libros maravillosos que han cambiado mi manera de pensar y de ver el mundo, y he jugado a numerosos títulos malísimos que me he esforzado en olvidar y que no dejaron ningún poso en mí. Pero también me ha ocurrido exactamente lo contrario.
Un día, cuando yo tenía diez años, mi padre trajo a casa un videojuego para el ordenador que le había copiado un compañero de la oficina (no quiero ni pensar cómo miraban en los primeros noventa a un tipo de mi edad que jugaba a videojuegos; gracias, Gerardo, dondequiera que estés). Con el rimbombante título de The secret of Monkey Island, se trataba de una de las primeras muestras del género conocido como aventura gráfica: los jugadores tienen total libertad para explorar el entorno e interactuar con personajes y objetos sin tener que preocuparse a cada segundo de no morir o de conseguir puntos. “El Monkey”, como lo llamábamos por estas latitudes, contaba la historia de Guybrush Threepwod, un joven cobardica y no muy espabilado que aspiraba a convertirse en un temible pirata. Aquel juego me voló la cabeza: durante las siguientes semanas me estrujé los sesos para salir airoso de todo tipo de situaciones, aprendí nuevas palabras como grog y yak, temblé con cada aparición del malvado LeChuck, seguí con interés la historia de amor entre Guybrush y la gobernadora Marley y reí a carcajadas ante las abundantes muestras de humor de los programadores (¡esas peleas de insultos entre corsarios!). Todo esto, con unos gráficos en los que podías contar los píxeles uno a uno y una calidad de sonido como la de aquellos primitivos móviles-ladrillo. Mi alucinada mente infantil otorgó inmediatamente a aquel título un lugar junto a otras obras que me habían marcado hasta entonces, como La Historia Interminable o En Busca del Arca Perdida; del mismo modo, Ron Gilbert, autor principal, pasó a formar parte del panteón de ilustres que ya incluía a Michel Ende o Steven Spielberg. Casi treinta años después, y tras haberlo revisitado infinidad de veces (y su gloriosa secuela), no solo no he cambiado de opinión, sino que mi admiración por Gilbert y su equipo es aún mayor al entender mejor hoy las enormes limitaciones técnicas de la época. Jamás olvidaré qué significa pasar por la quilla, para qué sirve un pollo de goma con una polea en el medio o cuál es la respuesta adecuada a “¡La gente cae a mis pies al verme llegar!”: “¿Incluso antes de que huelan tu aliento?”.
En todo este tiempo he visto infinidad de películas vacías, incluyendo una larga lista de reboots y remakes; también han caído en mis manos noveluchas infames que sin ningún pudor copiaban al best-seller de turno con la esperanza de alcanzar el éxito editorial e insultaban la inteligencia de los lectores en cada página, y de la sordidez a la que pueden llegar algunos programas de televisión mejor no hablar. Pero no sería justo condenar a todo un medio por algunas obras cuidadosamente escogidas, ¿verdad?
Probablemente todos los que hoy critican ferozmente a los gamers piensan que el ajedrez es no ya un pasatiempo, sino un deporte honorable y practicado por las mentes más brillantes. He aquí una cita de un artículo de la revista Scientific American de 1859, con la esperanza de que pueda dar algo de perspectiva a estos críticos. Sustituyan la palabra “ajedrez” por “videojuegos” y díganme si les suena:
«Aquellos que se ocupen de contenidos intelectuales deben evitar los tableros de ajedrez como si fueran nidos de víboras porque el ajedrez acapara y agota todas las energías mentales… Es un juego en cuya práctica no puede permitirse perder el tiempo ningún hombre que dependa de su oficio, negocio o profesión; es una diversión (nada provechosa, por cierto) en cuyo ejercicio solo pueden permitirse desperdiciar las horas aquellos con fortuna impropia. Y, como no es posible alcanzar una gran maestría en este complejo juego sin una práctica continua y prolongada, que requiere una gran cantidad de tiempo, ningún joven que desee llegar a ser de utilidad al mundo puede practicarlo sin hacer peligrar sus intereses».
Y, para terminar, algunas recomendaciones de videojuegos para practicar español:
- Among us: para disfrutar on-line con otros jugadores. Sois los tripulantes de una nave espacial, y tenéis que encontrar al traidor que hay entre vosotros antes de que este acabe con todos vosotros. Para ello, tendréis que mantener los ojos bien abiertos e interrogar a todo el mundo (o despistarlos con vuestra labia si sois el traidor). Un fenómeno a nivel mundial presente en múltiples plataformas.
- Thimbleweed Park: si te gustan las aventuras gráficas clásicas de Lucas Arts, como el Monkey Island del que hablábamos más arriba, te encantará Thimbleweed Park. Ron Gilbert y su equipo vuelven a la carga dos décadas después y mantienen desde los gráficos pixelados hasta el humor absurdo marca de la casa. Risas garantizadas.
- Cualquiera de los juegos de Telltale Games: esta compañía californiana se especializó en títulos con narrativas muy elaboradas en formato de capítulos. Con adaptaciones de cómics (Batman, Fábulas), películas (Regreso al Futuro) o novelas (Juego de Tronos), se caracterizan porque las decisiones que tomes y lo que digas a otros personajes durante la partida afectarán al desarrollo de la historia. ¡Elige bien tus palabras!
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