La fuente de Cibeles
Cerca de nuestra escuela español se encuentra la fuente de Cibeles. Esta rotonda en el corazón de Madrid es un lugar icónico de la ciudad, tanto para los seguidores del Real Madrid (que tradicionalmente celebran sus victorias a la sombra de la diosa, cuando no directamente a sus hombros), como para cualquier madrileña acostumbrada a que la imagen de Cibeles montando en su carro sea una de las más representativas de una capital por otra parte huérfana de un símbolo único e identitario (al contrario que otras capitales europeas, como París o Londres).
Comentaba mi compañera Clara en un post anterior que le encanta Madrid; a mí también, a mí me encantan sus historias. Hoy os quiero contar una historia, una que tiene más de 2000 años, pero nos habla de una parte importante de este símbolo tan castizo.
Hace mucho tiempo, había un rey que no quería tener niñas. Sólo varones. Así que cuando nació su hija Atalanta, el rey decidió abandonar a la bebé a su suerte en las faldas de una montaña (reíros ahora del debate sobre los permisos de paternidad). Pero, milagrosamente, la niña sobrevivió gracias a los cuidados de una osa (animal del que podemos hablar en otra ocasión, también muy relacionado con Madrid y sus símbolos), algunos dicen que esa osa era nada más y nada menos que Artemisa, la diosa del bosque y de la caza, transformada en animal. Con el tiempo, la niña fue adoptada por unos cazadores y creció hasta convertirse en una mujer muy fuerte y ágil, que además era una excelente cazadora y, en general, una persona bastante independiente que no quería tener nada que ver con los hombres.
No es de extrañar, y no sólo por el abandono de su padre. Una vez, dos centauros llamados Reco e Hileo intentaron violarla, pero Atalanta los mató con sus flechas. Cuando Artemisa,en su furia por no haber sido honrada en un sacrificio, envió el gran Jabalí de Calidonia para asolar la tierra, los grandes héroes de la época se reunieron en los que sería la famosa Cacería del Jabalí de Calidonia. Atalanta fue la única mujer participante, pero, como será habitual en su vida, no solo lo fue por sus propios méritos de cazadora, sino porque Meleagro, el héroe local de Calidonia que organizó la partida de caza, se sentía muy atraído por ella y quería tenerla cerca. Muchos de los héroes se opusieron a que participara, pero fue ella misma la que disparó la flecha que lograría herirle definitivamente.
Piruetas del destino, Atalanta acabó volviendo a reunirse con el padre del año, que por supuesto se empeñó en que se casara. Atalanta poco menos que se desternilló en su cara, pero como ya sabía de lo que ese hombre era capaz, estableció que sólo aquel que consiguiera vencerla en una carrera podría ser su marido. Pero para añadirle un poco de emoción al tema determinó que los vencidos morirían. Y muchos murieron, ya que la posibilidad de casarse con la hija de un rey y, sobre todo, el deseo de dominarla en una competición atlética, consumieron a muchos “pretendientes” que se quedaron en el intento.
Hasta que llegó Hipómenes, que era un joven que había sido entrenado por Quirón (el mejor preparador físico de la Grecia clásica). Aunque no la conocía personalmente ni habían hablado nunca, se había enamorado de ella. Como definitivamente no quería morir, resolvió pedir ayuda a la diosa del amor, Afrodita, que decidió ayudarlo porque no acababa de entender que Atalanta no quisiera casarse (la sororidad todavía no se había inventado). Afrodita le entregó a Hipómenes tres manzanas de oro (las manzanas de oro son una de las cosas que más les gustan a los dioses griegos, la guerra de Troya comenzó por una de ellas). El plan consistía en ir arrojando las manzanas de oro al suelo durante la carrera con la idea de que Atalanta no iba a poder resistirse a recogerlas y así ralentizaría su marcha e Hipómenes tendría alguna oportunidad de ganar.
En este cuadro de Guido Reni que está en el Museo del Prado podéis ver el momento en que ella se agacha a recoger la segunda manzana. Total, que el sucio truco funcionó, Hipómenes ganó la carrera, salvó la vida y consiguió una esposa. Y vivieron felices (al menos él) y comieron perdices. Bueno, no. Las historias tan retorcidas no suelen acabar bien para nadie.
Esta historia ha sido relatada en numerosas ocasiones por autores de distintas épocas (pero todos del mismo género) y según a quien consultes los detalles cambian. Hipómenes, con la fiesta y el jolgorio del casamiento, se olvidó de realizar el ritual adecuado para agradecer la ayuda prestada por Afrodita. Craso error. La diosa del amor no perdona y como castigo convirtió a los dos cónyuges en sendos leones (los griegos pensaban que los leones no se apareaban con otros leones), y se los regaló a Cibeles, la diosa de la Tierra, para que tiraran de su carro durante toda la eternidad.
Y así se suele representar a Cibeles, rodeada de dos leones, con o sin carro, y así lo hicieron los artistas que trabajaron en los distintos aspectos de la fuente a finales del siglo XVIII. Roberto Michel fue el escultor encargado de los dos leones. Como habréis notado ya, ambos llevan melena y sólo uno debería llevarla. Michel probablemente solo estaba haciendo lo que hacían la mayoría de los artistas que representaron este tema. Si hacéis una búsqueda de imágenes de Cibeles, encontraréis alguna, muy ocasionalmente, en la que se ve que la acompañan un león, con melena, y una leona, sin ella.
Atalanta, la gran cazadora, acabó convertida en leona, otra gran cazadora del reino animal, pero como el destino es cruel (especialmente el destino de las mujeres en la Grecia clásica), casi como una condena, la mayoría de las veces su imagen es la de un león, la heroína quedó invisibilizada por una melena.
Qué bien cuenta la mitología Laura.
Cómo nos acerca a los que estamos ya alejados de la misma,
Incluso nos incita a tomar partido.
Y nos hiere, pues uno de los aspectos de la mitología es esa falta de empatía hacia sus protagonistas de rango inferior que lo mismo los destrozan sin piedad alguna o los elevan al cielo de la felicidad. Ya que la mitología sabe jugar sin piedad con tus emociones. Las emociones de los mundanos.
Y por supuesto los dioses mandan, juegan y compiten con sus superpoderes. No se perdona un olvido, y no olvidan un detalle ya que la sensibilidad es solo para los dioses.
Laura nos habla de Madrid y su fuente con el cariño de como acaban los que utilizan su propia fuerza y constancia para mantener sus principios.
Esperemos que las nuevas Atalantas ( qué tantas hay en esta ciudad y no se valoran) no sean masacradas por estos vientos arcaicos y de incomprensión que empiezan a surcar, otra vez, por el aire de Madrid
Felicidades Laura , muy buena historia. Cuéntanos otra.